Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1858-1860 (Cortes de 1858 a 1863)
Sesión: 26 de febrero de 1859
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: n.º 63, 1.538 a 1.542
Tema: Petición núm. 43. Estatua de Mendizábal

El Sr. SAGASTA:. Desearía saber cuál de los dictámenes, o mejor dicho, cuál de los votos particulares se ha de discutir antes, porque según el espíritu del Reglamento, parece que debía darse la preferencia al que hemos firmado el Sr. Calvo Asensio, Rodríguez y el que tiene en este momento el honor de dirigir la palabra al Congreso, puesto que es el que más se separa, el de más oposición.

(Habla el Sr. Álvarez Bugallal.)

El Sr. SAGASTA: No me han convencido las razones que ha expuesto el Sr. Bugallal. Creo que el espíritu del Reglamento es que se dé la preferencia en la discusión a aquellos dictámenes que se opongan más al proyecto o iniciativa del Gobierno; pero sea de esto lo que quiera, y aunque las razones del Sr. Bugallal no me hayan convencido, no tenemos inconveniente en que se empiece la discusión por el voto de S.S.; pero téngase en cuenta que es por pura deferencia.

El Sr. PRESIDENTE: Se procede a discutir el voto particular del Sr. Álvarez Bugallal.

El Sr. SAGASTA: Señores, hubo un cura en cierta aldea, muy dado a predicar contra la usura, que solía concluir los sermones que acerca de semejante materia predicaba con estas o semejantes palabras: "todo el que preste dinero a mayor interés del 5 por 100, se condena sin remedio." Oyole en cierta ocasión uno de sus feligreses que le estaba dando a plazos convenidos el 35 por 100 de las cantidades que del mismo recibía; apenas concluyó el término de uno de sus plazos, fue el feligrés muy satisfecho [1.538] y gozoso a cumplir su compromiso." ¡Cómo! le dijo el cura, ¿no me traes más cantidad que la que corresponde al 5 por 100 de lo que te tengo entregado? " " Justo, repuso el feligrés, y es todo lo más que puedo traer a vuestra reverencia, sin cargar con el remordimiento de conciencia de contribuir a vuestra condenación." "Calla, tonto, replicó el cura, que tú no entiendes de eso; yo os digo lo que debéis hacer; que en cuanto a lo que yo debo hacer, yo me lo sé." Esta es la filosofía del voto particular del Sr. Bugallal; los que firmamos el otro dictamen somos los feligreses; nuestro preámbulo representa el 5 por 100; el 35 el preámbulo del Sr. Bugallal, y el Sr. Bugallal el cura de la aldea; porque, en resumen, el voto particular se reduce a decir: vosotros no podéis presentar preámbulo, lo prohíbe el Reglamento; pero yo puedo presentarle, y presentarle tan extenso como me parece. Combate nuestro dictamen porque trae preámbulo, y luego el Sr. Bugallal trae en su dictamen otro preámbulo tan extenso y detallado como el nuestro. Con esto solo quedaría destruido el voto particular que estoy ahora combatiendo, porque es la sanción de nuestro preámbulo; porque la mayoría, en cuya representación está en la Comisión el Sr. Bugallal; porque el Gobierno, en cuya representación esta también S.S. en la Comisión, acepta los preámbulos, una vez que los coloca en su voto particular; pero no necesitaba la sanción del Sr. Bugallal. Nosotros no necesitábamos que la mayoría, representada por el Sr. Bugallal, que el Gobierno, representado también por el Sr. Bugallal, vinieran a sancionar nuestro preámbulo, porque estamos en nuestro derecho fundando nuestro dictamen. Según el Reglamento, la Comisión de peticiones puede adoptar tres fórmulas: una, la de no haber lugar a deliberar; otra, la de téngase presente en tiempo oportuno; otra, la de pase al Gobierno.

Yo pregunto ahora: si la Comisión de peticiones puede elegir una de estas tres determinaciones, ¿cómo no la ha de ser permitido explicar las razones que ha tenido para escoger una de ellas, y no cualquiera de las otras dos? La Comisión, pues, como todas las Comisiones del Congreso, tiene el derecho de fundar o dejar de fundar su dictamen. ¿Dónde prohíbe el Reglamento que la Comisión de peticiones razone su acuerdo, ni que funde su dictamen? ¿Cuándo se ha negado a los Representantes del país lo que no se ha negado a nadie? ¿Cuándo se puede negar que se manifieste el por qué de un acuerdo, el por qué de lo que se hace o propone? No hay duda ninguna, pues, que la mayoría ha estado en su derecho y dentro de su deber fundando su dictamen. Pero aunque las razones anteriores no vinieran a demostrarlo; aunque no tuviera el preámbulo de la mayoría de la Comisión la sanción que ha venido a darle el preámbulo del señor Bugallal, representante de la mayoría y del Gobierno, todavía tendríamos en nuestro abono infinidad de precedentes, gran jurisprudencia acerca de esta materia. En los Congresos anteriores, y en el inmediatamente anterior a este, la Comisión de peticiones ha dado dictamen fundando y razonando su acuerdo, y precediéndole de un preámbulo; y ahora recuerdo uno que se refería a la exposición presentada por un Sr. Prats, en que la Comisión de peticiones dio su dictamen, precediéndole de un extenso preámbulo. No se le ocurrió a ningún Sr. Diputado de aquellas Cortes, ni era posible que aconteciera, al preguntar las razones, ni poner en duda el derecho que tuvieron para fundarle.

Pero yo no tengo necesidad de precedentes de otros Congresos, no tengo precisión de buscarlos en casas extrañas, cuando los tenemos en la nuestra. No hace muchos días que la Comisión de peticiones ha presentado un dictamen razonado y precedido de un preámbulo. Y por cierto que estaba firmado por el Sr. Bugallal y por algunos de los individuos que componen ahora la Comisión. Ese dictamen se refería a una exposición de una viuda en solicitud de una pensión; fue fundado, como he dicho, por la Comisión, que le hizo preceder de un preámbulo, y este Congreso, no solo no opuso ningún inconveniente, sino que le aprobó. Tenemos, pues, en nuestro apoyo la sanción del Sr. Bugallal, que es tanto como decir la sanción de la mayoría y del Gobierno, en cuya representación está en la Comisión; tenemos en nuestro apoyo la razón, el sentido común, que dice que es imposible que se niegue a unos Diputados lo que se concede a todos, el derecho de decir el por qué de las cosas que hace; y tenemos, por último, los precedentes establecidos en este y otros Congresos. ¿Por qué, pues, entonces esa diferencia? ¿Por qué no se dice nada contra los preámbulos que se refieren a ciertas exposiciones, y hay oposición al preámbulo que hemos puesto al dictamen que ahora se discute? ¿Es que se teme que se trate en la arena del debate una cuestión que muchos quieren rehuir? ¿Es que han variado algunos de opinión? ¿Es que no se piensa ya como se pensaba ayer? ¿Se temen las consecuencias por algunos de poner aquí de manifiesto su contradicción? Pues ese caso no le había previsto el Reglamento, y por consiguiente no era posible que el Reglamento para este caso estableciera una excepción.

¿Se cree por ventura que porque el preámbulo del dictamen sea más o menos extenso, que porque aquí se hable sobre el debate de la estatua de Mendizábal, a manera del comendador ha de venir atravesando esos muros a exigir ahora cuenta, a echar en cara a algunos tanta debilidad, tanta flaqueza y tanta defección? No tengan cuidado los Sres. Diputados que se encuentren en este caso, que de eso quedan encargados los vivos, por más que haya algunos que teman más a Mendizábal muerto que a muchos vivos. ¿Dónde están ahora, dónde están tantos y tantos defensores como la erección de la estatua tuvo en su día, que tan duramente combatían al Gobierno que suspendió la continuación de las obras, llamándole débil y pusilánime? ¿Dónde están ahora que no se levantan también contra este Gobierno, más débil y más pusilánime que aquel? ¿Qué se ha hecho, Sres. Diputados, qué se ha hecho de aquella actitud imponente de muchos contra aquel Gobierno, que en lo que tenía relación con esta cuestión se le creía débil instrumento de una desatentada reacción? ¿Qué se ha hecho de aquella actitud, convertida ahora en otra cosa, para un Gobierno que viene siendo el mismo instrumento de la misma reacción? ¿Qué ha sucedido de aquel clamoreo que se levantaba, no ya contra una determinación que impedía la continuación de las obras de la erección de la estatua de Mendizábal, sino que se levantaba en defensa del decoro y de la dignidad del país? ¿Qué se ha hecho, digo, de aquel clamoreo, que ahora por lo visto queda en la garganta, cuando sigue en el mismo estado el decoro y la dignidad nacional?

Porque, señores, aquí, aquí ya no se trata de la erección [1.539] de una simple estatua; aquí ya no se trata simplemente de la erección de la estatua de Mendizábal; se trata de una cosa más grave: se trata de evitar el papel ridículo en que estamos con los demás países, en que estamos con los extraños, porque no hay nada más ridículo, no hay nada más repugnante que lo que viene sucediendo en este desgraciado asunto.

Murió el ilustre patricio, y en aquel momento todas las opiniones desaparecieron, los hombres políticos de todos los partidos tuvieron un solo pensamiento, el de honrar a un Ministro célebre que habiendo desarrollado más que otro alguno la riqueza de nuestro país, había muerto pobre; el de honrar a un hombre político que habiendo sido hasta cierto punto dispensador de Coronas Reales, moría en la necesidad de que se le enterrara de balde,¡y así hubiera sucedido, si no hubiese sido por sus amigos que le pagaron sus funerales! Allí no se veía al hombre político; allí no se veía al progresista, no; allí se veía una cosa más elevada; allí se veía a un hombre que había contribuido al desarrollo de nuestra riqueza nacional, y que más que ninguno otro había cooperado al afianzamiento del sistema constitucional. Por eso, señores, todos los partidos sin distinción alguna acompañaron su féretro hasta el cementerio, y sobre su tumba los oradores más distinguidos, y entre ellos el digno Presidente que en este momento ocupa el primer puesto de la Asamblea, hicieron justicia a su probidad y a sus virtudes, y sobre su tumba acordaron por aclamación levantar una estatua que perpetuara su memoria. Y esa determinación estaba sancionada por todos los partidos políticos del país, por todos sin excepción alguna: allí estaban todos representados. En vista de este acuerdo se procede a abrir la suscrición; se nombra una Comisión; la suscrición se hace pública; todos, unos más otros menos, acuden a alistarse en esta suscrición; se funde la estatua, se trae a Madrid, la aloja S. M. en una de sus habitaciones, queda expuesta al público, y este consentimiento tácito que había tenido el pensamiento creado y desarrollado a la vista de todos los partidos, llega a obtener la sanción expresa de S. M. la Reina. En una Real orden concede el permiso al Ayuntamiento para que pueda fijarla en el sitio que se determine; y en este estado, señores, en este estado la estatua no se levanta.

Se manda suspender su erección bajo un pretexto frívolo; se presenta una ley, y en ella se quiere envolver el pensamiento que había sido acogido por todos los partidos y sancionado legítima y expresamente. ¿Qué ha sucedido aquí para esto, Sres. Diputados? ¿Qué papel, qué papel hacemos ante los extraños? ¿Pues no creerán que somos aquí un país de locos al notar que lo que ha venido permitido por tanto tiempo con consentimiento de todos, a la vista de todos los partidos, a la vista de todos los Gobiernos, contribuyendo como particulares en poco o en mucho, todos, el pueblo como las Cortes, los Ministros como la Corona, todos en poco o en mucho, directa o indirectamente, a este pensamiento, llega el caso de ponerlo en planta y se suspende? ¿Se concibe más aberración? ¿Se concibe un estado más indigno? ¿Qué papel, señores, qué papel se nos hace jugar ante los países extranjeros, especialmente en aquellos donde no conozcan que este país es de los más dignos, aunque también de los más desgraciados? iY es realmente desgraciado, señores, porque no parece sino que la Providencia le ha castigado a no tener gobernantes que sepan sostener su dignidad!

Yo no concibo, señores, yo no concibo una posición más lastimosa que la en que nos coloca este desgraciado asunto.

Todos tienen deseo de llevarlo a cabo; la mayor parte de vosotros, si no todos, habéis contribuido de una manera directa o indirecta, en poco o en mucho, a la erección de la estatua .... (El Sr. Marqués de Pidal pide la palabra.) La mayor parte de vosotros, repito, habéis contribuido en poco o en mucho, directa a indirectamente, a la erección de la estatua. Los Ministros como particulares, como Ministros directa o indirectamente, han contribuido también a la erección de la estatua: S. M. ha manifestado también su beneplácito a la erección de la estatua: no hay pueblo en España que no haya contribuido también en poco o en mucho a la erección del monumento, y sin embargo del deseo que tienen los Sres. Diputados, que tienen los Ministros, que tiene el pueblo, manifestado por la suscrición, la estatua no se levanta..... (El Sr. Calvo Asensio pide la palabra.)

¿Pues que hay aquí, Sres. Diputados, que se opone a la voluntad y deseo de los Poderes públicos? ¿Qué fuerza extraña hay en este país que se opone al desarrollo de las fuerzas legales? ¿Qué fuerza maravillosa hay aquí que se opone a las fuerzas legítimas y visibles? ¿Qué Gobierno es este que manifestando su deseo de levantar la estatua, no la levanta, no puede levantarla? ¿Qué fuerza moral le queda a un Gobierno que con todos estos elementos, y queriendo, según dice, no puede levantar la estatua? Por el decoro del Gobierno, por su prestigio, debe cuanto antes resolver esta cuestión, bien o mal, justa o injustamente, que algo querrá decir una de las dos cosas.

¿Quiere dar a esto un carácter político? ¿Quiere que ese carácter político se dirija a la reacción? Pues tenga valor para marchar hacia la reacción. ¿Quiere darle carácter político imprimiéndole un tinte de progreso? Pues tenga valor para marchar hacia el progreso.

La posición en que el Gobierno se encuentra es desfavorable; no cabe dentro del prestigio, de la dignidad y la fuerza moral que es preciso que tenga todo Gobierno; y si el Gobierno, o no quiere o no puede salir de esa apatía, ¿qué hace la mayoría que no contribuye a sacarle de esa posición que tanto le desfavorece? ¿Es posible que continuemos así? ¿Es posible que los que antes han abogado tanto en favor de la erección de la estatua contra el Gobierno que se oponía a ella, ahora se callen? (El Sr. Romero Ortiz pide la palabra.)

Yo me alegro mucho de que vengan ahora en mi apoyo esas voces que en otro tiempo se levantaron a defender la misma causa, porque de otra manera puede decirse, y se dirá positivamente, que han marchado tan deprisa por el camino de la inconsecuencia, se han hecho tan viejos en tan poco tiempo en esa carrera, que sin sentir dicen; escriben y proclaman hoy lo contrario de lo que defendieron, escribieron y proclamaron ayer, y encuentran lógico y natural el hacer hoy lo contrario de lo que hicieron ayer.

Y téngase en cuenta, Sres. Diputados, que aquí no se trata de oportunidad inoportunidad, como se nos ha querido decir en otras ocasiones, no; podrá emplearse ese argumento de oportunidad inoportunidad en otras ocasiones; cuando se trate de reformas [1.540] fundamentales, podrán valerse de ese argumento de oportunidad o inoportunidad; podrá decirse si está o no el país preparado a esa reforma; ¡pero oportunidad o no oportunidad para levantar una estatua!

Aquí no hay intereses lastimados; aquí no hay falta de comprensión por parte del pueblo para recibir la modificación de tal o cual ley; aquí no hay más que hacer un pedestal de piedra para colocar sobre él una estatua de bronce que está ya fundida.

No se dé lugar, Sres. Diputados, a que se diga que los que piensan ahora de otro modo, que la cuestión de oportunidad en este y en otros debates es el velo con que pretenden cubrir su sonrojo, así como pudiera decirse que la conducta que observaron antes de abrirse las Cortes era un manto para el mismo objeto.

Entonces se nos decía, oponiéndose hasta cierto punto a nuestra conducta: no conviene que hagáis oposición al Gobierno; conservad vuestros principios como los conservamos nosotros, que son los mismos que los vuestros, pero no hagáis oposición; en las Cortes nos entenderemos; allí vendrán las cuestiones de principios, y juntos estaremos. Llegaron las cuestiones de principios, y todos los Sres. Diputados saben lo que ha pasado; al principio la conducta era un manto; después la oportunidad era un veto más ligero, menos tupido que el manto; no se dé ahora lugar a decir que no necesitan esos señores ni manto ni velo.

¿Es posible, señores, que un Gobierno, cuyos individuos han atacado tan duramente a los que se opusieron a la erección de la estatua, continúe de la manera que lo está haciendo éste? ¿No se dirá entonces que los Ministros que ahora componen este Gobierno se valían de esa arma en la oposición, no por colocar el pedestal de piedra sobre el cual se habrá de poner una estatua de bronce, sino para ir colocando el pedestal del Poder sobre el cual ahora se encuentra? Entonces se decía: esa es la cuestión que va a enterrar al Ministerio. ¿Os enterrará ahora a vosotros?

De cualquier modo, señores, si el Gobierno no sale de esa apatía en que está colocado, se creerá que cuando hacia la oposición al Gobierno anterior porque suspendía la continuación de las obras del pedestal, no la hacía porque se hiciera el pedestal de piedra, sino por ir colocando el pedestal del poder, y así que lo colocó y consiguió subir sobre él, dijo: pedestal por pedestal, estoy por el del poder. ¿Qué me importa el pedestal de piedra?

No se venga aquí, señores, a dar a esta cuestión un carácter político, no: ni ella lo tiene, ni nosotros se lo hemos querido dar. Si nosotros hubiéramos querido darle carácter político, lo hubiéramos traído aquí desde el primer momento; pero nosotros lo que hemos querido ha sido esperar a que el Gobierno cumpliera con un deber imprescindible que tenía; que llevara a cabo el pensamiento que en la oposición le había servido como de palanca para conquistar el Poder, que llevará a cabo lo que todos los partidos, lo que todos los Gobiernos habían consentido y tolerado, y sancionado la Corona. Y como esto no sucede, señores, ha habido necesidad de que vengamos nosotros para ver si conseguimos siquiera que el Gobierno salga de ese camino, de esa posición anómala en que se ha colocado, y no quiero emplear otra palabra.

No es cuestión de partido, Sres. Diputados; es una cuestión más elevada: no se trata de levantar un monumento a uno que perteneció a éste o al otro partido político, no; se trata de levantar un monumento al que, como he dicho antes, ha contribuido más que nadie al desarrollo de la riqueza nacional, al que, como también antes indiqué, ha contribuido más que otro alguno a sostener un Trono que se bamboleaba, que se caía, que se derrumbaba.

No ha habido, Sres. Diputados, Monarca que, aun contra la voluntad de su pueblo, porque no siempre el encumbramiento de los Monarcas se ha verificado a gusto de los pueblos, no ha habido Monarca que no haya levantado una estatua a aquél a quien en más o en menos le debía la Corona. ¡Desgraciado el reinado del Monarca que, aun auxiliado por su pueblo, desaparece sin poder levantar una estatua a quien tanto ha contribuido al engrandecimiento de su Trono!

No es, no, esta cuestión política; no se trata siquiera de la erección de la estatua de Mendizábal; Mendizábal no necesita estatua en la plaza del Progreso; infinidad de monumentos nos recuerdan por todas pastes su existencia; la desatalentada reacción, prohibiendo la erección de la estatua, le ha levantado un monumento mucho más grandioso, mucho más importante, mucho más imperecedero; se opuso a la erección de una estatua de diez pies de altura, y le ha levantado una estatua que toca en las nubes; no quiso colocar la estatua en un punto cercado por las manzanas de casas de una plaza, y ha levantado una estatua en cada pueblo, en cada aldea, en cada casa; porque en cada casa, en cada aldea, en cada pueblo tienen una estatua de Mendizábal en la imaginación, mucho más grandiosa que la que se quería levantar en la plaza del Progreso; no ha querido colocar allí un monumento a la vista de los vecinos de una plaza, y lo ha colocado en todas partes, a la vista de todo el mundo. ¿Para qué necesita la estatua Mendizábal?

Pero además, señores, aquellos cuatro palos que, se levantan en la plaza del Progreso, que están destruyéndose, están allí también para demostrar la vergüenza de los Gobiernos que se vienen sucediendo de cierto tiempo a esta parte con escarnio de la civilización: aquellos cuatro palos significan más que el monumento más grande que se le pudiera levantar. En el monumento, si se construyera, no hubieran visto unos más que el parecido de la estatua, otros la habilidad del artista; pero aquellos cuatro palos representan

además la reacción colocada a los pies de Mendizábal y espantada con solo su memoria.

Salid, pues, de la apatía en que en esta cuestión estáis colocados. Así lo exige la dignidad del Gobierno; su decoro; así lo aconseja también la fuerza moral que es necesario que todo Gobierno tenga. Sin ella no hay Gobierno con prestigio; sin ella la hora de su descrédito ha sonado; pronto sonará la de su muerte; y entonces esa orquesta que tan acostumbrada a variar de tonos se encuentra, entonces ni tendrá valor siquiera para acompañarle a la tumba, mientras que acudirá presurosa a saludar con cánticos alegres al nuevo sol que para su reemplazo saga del horizonte de la Cámara Real.

Pero pierda cuidado el Gobierno, que a falta de sus amigos de hoy, sus adversarios mismos colocarán sobre la losa que ha de cubrir su sepulcro, en honra de su memoria, el siguiente epitafio:

" Aquí yace un Ministerio que pasando su vida a manera de volatinero en ejercicios de equilibrio, murió sin conseguir ser Gobierno. " [1.541]

Y concluyo, señores; el estado de mi salud no me permite extenderme más sobre esta materia, sin perjuicio de que en las rectificaciones o alusiones a que probablemente tendré que contestar, del modo que el Sr. Presidente me permita, diga todo aquello que no he podido decir ahora.

 



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